19/04/2024

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Nahuel Molina, el pibe que cumplió el sueño de su pueblo

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Hugo Molina (60) llega a la cancha del club Náutico Fitz Simon con una bolsa de madera que se balancea en una de sus manos y de la que asoman varias camisetas. La argentina, una de Boca Juniors, la de Defensa y Justicia y la negriblanca del Udinese, que completan parte del raid profesional de su hijo Nahuel (23).

“Si habré hecho goles en esta cancha”, dispara mientras caminamos hacia uno de los arcos sobre el césped más amarillento que verde del único club del pueblo de diez mil habitantes. Esa tarde lo acompañan sus dos nietitas y su hija Lara.

“Ellos no tomaron teta, mamaron futbol”, bromea sobre sus cinco hijos. Pero no exagera.

Nahuel, como sus hermanos, nació con el fútbol en su ADN. Su bisabuelo fue el primer presidente del club Alumni, su abuelo continuó con el legado en club Pistarini, que pasó luego a ser, en su última metamorfosis, el Fitz Simon. Allí, Hugo fue jugador de la primera y también entrenador. Y Nahuel jugó hasta emigrar a Buenos Aires, a los once.

“Mi Viejo era muy futbolero, hasta arreglaba las pelotas. Siempre hubo fútbol en mi casa; mis tíos, mi abuelo, mis primos, mis hermanos; todos jugaron”. Imposible desentenderse de la herencia.

“Antes era la hija de… ahora soy la hermana de…”, dispara Lara (30), la mayor de los hermanos Molina. Mientras, Hugo posa debajo del arco en el área pelada y hace jueguitos con el balón que nos prestaron los profes del fútbol infantil para las fotos. “Anoche hice dos goles”. Uno de los goleadores de la liga regional de Río Tercero no pierde el hábito, ahora, en espacios más reducidos. En su trayectoria, pasó por varios clubes de la zona, para retirarse a los 36 en Atlético Ascasubi.

En los ochenta, anticipándose a su hijo, fichó por Defensa y Justicia, cuando el club militaba en Primera C. Lo suyo siempre fue el área rival. “Nahuel es más tranquilo, yo era muy temperamental”, reconoce. Hugo opina que estos tiempos son más accesibles para hacer pie en el fútbol profesional que en su época, cuando el fútbol era casi la única opción en los pueblos, y las dificultades para viajar eran mayores.

“Un día nos despertó en la mitad de la noche relatando un partido, habrá tenido diez años”, recuerda Lara. Hasta en sus sueños, parece que Nahuel estaba pateando una pelota.

Pase al desarraigo

“Con él, siempre fue así, todo se dio rápido. A los 17 debutó en Boca, a los 23 llega a la Selección mayor. No terminás de festejar algo, cuando ya hay que celebrar otro logro”, dispara. El joven ya había sido convocado a la selección juvenil y fue llamado, por primera vez, al plantel de la mayor.

Muchos no saben que ese pibe, a los once años, se fue de su casa detrás de su sueño, a más de 700 kilómetros. Y el antecedente de su padre, que se fue a los 12 a estudiar, ayudó a tomar la decisión.

“Hugo y Lelia, los padres, tenían que llevar el documento a los partidos porque no creían que tuviera la edad de la categoría. Jugaba realmente muy bien, agarraba la pelota en un arco y pasaba a seis o siete hasta que hacía los goles, hacía mucha diferencia y un partido sin él parecía que jugábamos dos o tres menos”. Ignacio Elizondo (23) ahora es paramédico, pero quince años atrás era arquero de una de las categorías en las que Nahuel brillaba. Se conocen desde los tres años.

“El Negro”, como le dicen los amigos, no pasaba desapercibido con la casaca del “canario” y no desaprovechó la primera oportunidad que surgió. A pocos kilómetros de Embalse, a Río Tercero, llegó el proyecto Barcelona a probar pibes y Nahuel quedó seleccionado.

“A mi señora le costó mucho más, la primera vez que lo dejamos. Le dije que se fuera a llorar al taxi, así él no la veía y no se ponía mal”. El desarraigo fue un camino difícil que desde los dos lados debieron transitar.

El pibe lo tomó como un juego y se adaptó al cambio abrupto. A Embalse volvía solo en vacaciones, lo que no impidió que mantuviera el vínculo con su pueblo y sus amigos. “Desde Italia, juega a la ´play´ con sus amigos de siempre”, cuenta Hugo.

En esos años, viajó dos veces a España, a la Masía, el espacio de entrenamiento de los juveniles del Barcelona. Al tiempo, el proyecto se disolvió, pero Nahuel pasó, junto al entrenador Jorge Coqui Raffo, del exproyecto Barcelona a las inferiores de Boca Juniors. Sorteó una división: pasó de cuarta a reserva y rápidamente llegó el debut en Primera.

#SelecciónMayor Último entrenamiento antes del partido con @LaRoja.

¡Estamos listos! 🤜🏼🤛🏼🇦🇷 pic.twitter.com/lYjCUaxdQA

— Selección Argentina 🇦🇷 (@Argentina) June 2, 2021

“Todos queremos ser el Messi, el profesional, pero estadísticamente llegan pocos, tienen que tener algunas condiciones, y principalmente el apoyo de la familia, la contención, hablarlo, hablar y volver a hablar”, dice Hugo.

Todo se fue acomodando como naturalmente en el camino. Desde jugar en una categoría mayor en las inferiores, para no separarse de sus amigos del barrio, hasta su llegada a Boca, cuando “sobraban” delanteros, que influyó en su cambio de puesto.

Ya dejó de ser centrodelantero para mudarse al lateral derecho. Como carrilero, encontró también un puesto sin demasiados jugadores en el fútbol argentino que le allanaron el paso a la selección mayor.

Si ya se sentía reconocido y querido por su propia trayectoria regional, las muestras de afecto que recibe a diario con la gente por su hijo, lo llenan de emoción. “Me encuentro con vecinos en la calle que se largan a llorar”, confiesa. “Somos un pueblo futbolero, con grandes jugadores que no han tenido la suerte de estar en este lugar, por distintas circunstancias”, reconoce Hugo.

De Molina a Molina

“El pase que le diste a Musso fue corto y con el empeine; era cara interna, para no perder precisión”. El mensaje de voz, que viajó al otro lado del Atlántico, que escuchó Nahuel después de un partido, era de su padre, su técnico desde la cuna, recriminándole un pase al arquero, contra Juventus.

“Pá, tenes razón; le di con tres dedos y me quedé corto”. El pibe nunca dejó de escuchar sus consejos. Para Lara, su padre tiene mucho que ver con este presente soñado de su hermano.

Y hablando de sueños, el de Hugo es, algún día, sentarse en la tribuna y ver el Molina estampado en la espalda de su hijo, en un partido de “la Champions”, Finaliza Hugo y sigue haciendo unos jueguitos más con la pelota.

Los amigos del barrio

“Al Nahuel lo conocemos de toda la vida, desde que empezamos la sala de cuatro”, cuenta Mauricio Jaimes (23). “A esa edad también empezamos a jugar juntos en el fútbol infantil, en el club del pueblo”, completa Rodrigo Prato (23).

Dos de sus amigos de la infancia, son socios en un lavadero de autos. Ambos aseguran que ya, a esa edad, “el ´Negro´ pintaba para crack” y que iba a tener futuro detrás de la pelota.

Todos los recuerdos de la infancia, en barrio Escuela o en la escuela Belisario Roldán, conectan a Nahuel con una pelota, con memorables torneos “arco a arco”, en la canchita que tenían a metros de sus casas. “Siempre lo cargamos con eso, que en ese tiempo lo teníamos de hijo en el arco a arco”, recuerdan. Tampoco había cumpleaños sin futbol.

Su grupo de amigos vivió como propio el crecimiento que iba teniendo Nahuel. Ya instalado en Buenos Aires, lo seguían viendo cuando regresaba en vacaciones, siempre con alguna camiseta de regalo.

Y fue por la amistad de los amigos del barrio que, cuando llegó la hora de jugar por los puntos en la liga, no se quiso despegar de ellos y se anotó en una categoría mayor a la que le correspondía por su fecha de nacimiento.

“Creo que está cumpliendo el sueño de todo el pueblo que es muy futbolero, con muchos chicos con ganas de jugar a su nivel”, aseguran.

“El Negro sigue siendo el mismo de siempre, un muy buen pibe, simpático y buen amigo que se preocupa por los suyos”, agrega Ignacio. “Se dice que acá levantás una piedra y sale un jugador de fútbol” y que haya llegado tan lejos, se vive como una revolución en el pueblo”, sentencia.

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