26/04/2024

ESPACIOTECA

Educación

Universidad y clases presenciales

5 minutos de lectura

Está fuera de cuestión la necesidad de la presencialidad en los niveles básicos e intermedios de educación. El hecho de que en nuestro país se hayan suspendido las clases sine die supone una brutal negligencia por parte de las autoridades y también de los docentes y de los padres, que tendrá consecuencias gravísimas, un impacto profundo y duradero.

Pero ¿qué pasa en la educación superior? Las reflexiones que siguen tienen más preguntas que certezas. Hace unos meses circuló un video de Nuccio Ordine, profesor de Literatura Italiana de la Universidad de Calabria.

La gente se entusiasmó con las afirmaciones de este profesor universitario. Su brillante retórica no alcanza, sin embargo, para ocultar dos problemas sustanciales que posee su argumentación y que son comunes a la mayoría de los planteamientos críticos de la virtualidad obligada por la pandemia.

Primero: la defensa de la presencialidad es estetizante, no funcional, y se centra en las percepciones/demandas del profesor, no del alumno. No estoy en contra de la sociabilidad universitaria tradicional –todo lo contrario– ni de la estética que le es propia, pero harán falta argumentos más contundentes para sustentar las antiguas formas, frente a recursos muy competitivos como son los que ofrece la virtualidad.

Hoy, la presencialidad sólo parece indiscutible en lo que respecta a las instancias de evaluación, porque la virtualidad todavía no ha podido resolver problemas relativos a la comisión de fraudes en esas instancias.

Como el primer argumento contra la virtualidad es flojo, Ordine se ve obligado a recurrir a otro. La idea de la formación humana integral propia de lo universitario, que viene a complementar la formación profesional, es un non sequitur de la virtualidad obligada por la pandemia.

El problema es mucho más complejo y muy anterior en el tiempo. La tensión entre el modelo universitario clásico, que tiene por objeto la búsqueda comunitaria del saber, y el profesionalizante, que busca capacitar a las personas para el mundo del trabajo, tiene su correlato social e institucional en la universidad de elite y la de masas, respectivamente.

Lo que ha hecho la virtualidad es profundizar esa dinámica despersonalizante que ya era propia de la universidad de masas. Quizá el profesor Ordine en sus cursos no lo experimenta, pero hace rato que la mayoría de las universidades van por ese camino. Hay profesores universitarios incapaces de dar clases sin presentaciones tipo powerpoint. A los alumnos les cuesta mantener la atención de una clase magistral o participativa de más de más de una hora.

La virtualidad, por su parte, “resuelve” muchos problemas de la universidad profesionalizante y de masas, al menos en aquellos aspectos de la enseñanza que no suponen prácticas con materiales reales (química, física, medicina, ingenierías).

La pregunta es qué función tendrá la docencia presencial en la universidad del futuro. Quizá algunos se acuerden de un “escándalo” que sucedió en 2019. Aníbal Kacero, un profesor de Física de la UBA, fue objeto de fuertes críticas por haber colgado en YouTube clases de apoyo. Lo que parecía inaceptable e intolerable para la lógica de la corporación universitaria se volvió normal seis meses después.

El episodio sirve para poner en perspectiva las prácticas docentes universitarias. ¿Qué les aporta la docencia presencial a los alumnos universitarios hoy? ¿Qué les estamos dando? ¿Es realmente irreemplazable? No es una pregunta retórica. Me la hago cada vez que voy a dar clases: presenciales o virtuales.

En 2013, en ocasión de la distinción como doctor honoris causa de la Universidad de Burgos, Umberto Eco reconoció que la difusión de las nuevas tecnologías aplicadas a la educación podría relevar a la universidad de la tarea principal de la capacitación profesional y, en consecuencia, por lo que si había un futuro para las universidades, ese sería de instituciones minoritarias, de elite, en su forma original.

Un año después, en una teleconferencia brindada en la Universidad Nacional de La Pampa, quizá intimidado por la airada reacción de muchos académicos contra su franqueza, explicó que las universidades tenían dos funciones fundamentales: archivo (memoria inventariada) y crítica (selección, procesamiento de la información). Eco encontraba en esas dos funciones la ventaja comparativa de la universidad respecto de la web, ese archivo universal, caótico, indiscriminado y desjerarquizado en el que es extremadamente difícil separar lo valioso y lo útil de lo superfluo o lo engañoso.

Desde entonces la web no ha dejado de avanzar desarrollando sus propios sistemas de verificación y de selección. Los archivos y bibliotecas universitarias se van digitalizando, lo que permite gestionar el soporte material de formas más eficientes. Del lado de la crítica y de la selección, que es lo propio de la docencia y en lo que podría subsistir el insustituible componente humano, ¡con la pandemia nuestras clases, nuestros propios materiales de clases forman parte del archivo de la web!

Eco probablemente estuviera advirtiendo que ninguna de esas funciones de la universidad exige, en rigor de verdad, la presencialidad. Por eso su último argumento es la universidad como el lugar del encuentro “cara a cara”. El argumento romántico, similar al de Ordine.

Es necesario que nos preguntemos si nuestras clases son lo suficientemente valiosas como para compensar la caminata, el trayecto en bicicleta, el pasaje en colectivo o el combustible que consumen los alumnos para escucharnos o dialogar en grupo. El “cara a cara”, ¿constituye una experiencia educativa superior? ¿Por qué sería sustancialmente mejor que oírnos o dialogar con nosotros a través de Meet o de Zoom?

Me gustaría tener una respuesta más asertiva. Todavía no lo tengo muy claro. Espero que mis alumnos sí.

*Profesor de Filosofía Política

Umberto Eco. Decía que las funciones de la universidad son archivo y crítica. (AP)

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