Las desigualdades sociales de la vacunación
Mientras los temores asociados a las nuevas cepas del coronavirus aumentan a medida que se detecta su presencia en el país, las falencias del plan de vacunación se tornan más evidentes. No ya porque Argentina recibió muchos menos millones de dosis que las pactadas para esta fecha ni porque el ritmo de vacunación resulta muy bajo para la cantidad que hay en stock, sino porque amplias franjas poblacionales no acceden a la vacuna.
En las villas y en los asentamientos populares de la ciudad de Córdoba, por ejemplo, los referentes sociales coinciden en señalar que la mayoría, cuando no la totalidad de los vecinos de esos barrios, no han tenido la posibilidad de vacunarse.
El plan de vacunación –como en su momento la cuarentena, con el “quedate en casa”– fue diseñado bajo una serie de parámetros propios de la cultura de la clase media. Primero, el ciudadano tenía que inscribirse de forma voluntaria, lo que requería estar informado. Segundo, la inscripción se realizaba a través del portal Ciudadano Digital (Cidi), o sea que demandaba el acceso a una mínima tecnología. Tercero, para el trámite era imprescindible contar con el documento de identidad.
Esos tres componentes, por más que los hayamos naturalizado, no forman parte de la cotidianidad de muchas personas que viven en asentamientos populares. Hay muchos indocumentados. Que tengan un celular no quiere decir que hayan abierto una cuenta en el Cidi. Que escuchen radio o vean televisión no implica que estén al tanto de las campañas oficiales y las conozcan en detalle.
En otro sentido, si hasta acá han vivido sin el agua potable imprescindible para las medidas higiénicas de prevención, sin usar el alcohol en gel y, en algunos casos, hasta sin usar barbijo por falta de dinero para adquirirlos, ¿qué interés pueden tener en vacunarse?
En su momento, sostuvimos que para que la gente decidiera vacunarse tenía que desear la vacuna; y para desearla, tenía que conocerla, esto es, recibir información confiable que la estimulase a inscribirse.
Lamentablemente, el Estado no ha ido, hasta ahora, a las barriadas y a los asentamientos más pobres y densamente poblados a entablar un diálogo concreto y directo sobre el tema con sus habitantes y llevando las vacunas directamente al vecindario.
Pues esto es lo que debiera hacerse en todo el territorio, sumando esfuerzos de Nación, provincias y municipios. Necesitamos que la mayor proporción posible de la población se vacune. Pero si se deja librada la decisión a la persona, sólo acceden a la vacuna las clases altas y medias, no los pobres. Así se agrandan las desigualdades.
¿Cómo puede ser, por ejemplo, que aún no se haya implementado una vacunación masiva de las personas que atienden en los comedores comunitarios y a sus regulares asistentes, a pesar de las gestiones de numerosas organizaciones sociales? El Estado debe ir a ofrecerle la vacuna a quien todavía no se la ha pedido.
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